sábado, 21 de julio de 2018

De música y libertad de fiesta.

La banda Peregrino realiza la apertura de la Fiesta de la música en el museo del Chopo. Foto Julio Bravo.


La fiesta de la música en México 2018
Julio Bravo

El infierno en un día; pálido y lluvioso; incrustado en la fachada triste de la urbe, día tallado en trabajos que escamotean la consistencia de una piedra caliza nombrada recuerdo. Memoria de lo vivido entre bajos y altos relieves de los muros de la capital, constancia del presente y el pasado alternando minutos consecutivos como torrenciales que labran la prosa de una lectura a ciegas; de un encuentro con el ayer y el ahora, mezclado con ciudadano y ciudad.
          El renacer de la fotografía y el texto en un ardid para encender fogatas, para contar lo sucedido. Así, incautos ojos que persiguen estos párrafos, créanlo o no, pese a todo, uno se empapa siempre que la lluvia redobla sus gotas sobre nuestra corpórea insignificancia. Aquí, digo lo que no se escribe pues la evocación tripula veloz y los parajes se intercalan con el girar del destino de los libros y la foto, para así surcar por fin en algo más amplio y fortuito.

Sátiros la segunda banda de Funk fusión que se presentó en el Museo del Chopo. Foto Julio Bravo.
La furia no disminuye en ardientes días infernales, puesto que el mundo, nuestro sitio, nada transparente en ocasiones e indiferente, va desprendiendo láminas milimétricas de recordar y vivir. Lo que apunto con escasa claridad, está referido a un viernes frenético por quedar convertido en quincena y aguacero. Por ser especialidad de la fantasía que se entreteje con trabajo y sueño cumplido.

Lise la cantante francesa que cerró la noche de la música. Foto Julio Bravo.
La fiesta de la música estalló -un festín donde corrían todos los vinos, donde se abrían todos los corazones-; no sin antes, retirarnos la ropa mojada, comer tostadas de tinga y salir al distrito (D.F.) buscando taxímetros no alterados con choferes afables. Rememorando al poeta Rimbaud cursivas arriba, uno comprende aquella alma revolucionaria del pueblo francés.

          Empero, para los extraviados de ruta, ¿qué es, cómo y dónde nace la fiesta de la música? Ésta fiebre sonora se gestó en Francia en un acto de libertad como acción para escrudiñar los arcaicos esquemas de la segregación, es decir, la finalidad era quebrar la censura, aquel mal de establecer tú sí y tú no con una tiranía irreductible.
Esa llave es la caridad, así nació la fiesta de los sonidos en París, con una filosofía simple e incluyente; un evento musical gratuito, donde los músicos tocan por voluntad propia y el público disfruta una mezcla de bandas y géneros que apoyan la premisa del acceso libre. Sin fines de lucros, con lugares al exterior y foros cerrados que deciden resguardar en su recinto la generosidad compartida. El 21 de junio en las calles de Francia y ahora de México y otras partes del planeta; la música se apodera de las plazas para manifestar diversión y diversidad: un día para trastocar el silencio, el rumor cotidiano y mutar el solsticio de verano por un día que permita escuchar nuevos ritmos que agradecen la revolución de la armonía musical.
Si se indaga en el sentido humano e histórico, podríamos ligar la fiesta de la música moderna, con un festejo semejante a la celebración-culto de la antigua agricultura. Festejo para vitorear por los aires una guerra en contra de todo lo silente, contrarrestando el silencio con ruidos armónicos y estridentes, para hacer florecer los frutos de la emancipación del ruido melódico.

Folk, Rock y Blues en una fiesta multi sonora. Foto Julio Bravo.
La sede y sus protagonistas.

El museo universitario del chopo a vuelta de rueda con los estragos de la mugre y los baches como nidos de agua. La impaciencia por llegar a tiempo es una lenta letanía que logra enfadar a los más optimistas. Incluso con la hora ya desvanecida del retardo, uno alcanza a llegar justo en el comienzo. Allá se vislumbra las torres afiladas del museo y, en cosa de nada ya se está adentro de su fresco foro en penumbra, oyendo como los músicos afinan su instrumento.
          El voluntario fotógrafo y de aquí redactor llegaba tarde con el milagro de tener tres ojos en uno que congela, al instante la satisfacción contrajo nupcias con la oscuridad y apresure a colocarme la cámara al brazo igual que una serpiente saudita se enrolla a la epidermis del encantador.
PEREGRINO emergía de las rojas luces y con celeridad disparé instantáneas a los intérpretes; buscando entender su propuesta que ya se hacía con el auditorio entero. Folk, Blues y aquella voz matizada con rasgos de Grunge, permeaban en mí esa sensación sanadora de estar en el lugar indicado con la atmosfera idónea. Ellos tocaban con una saturación de verdes, azules y naranjas. Azul fuerte del mejor Blues salía de las cuerdas de la guitarra de Eric Miller; la raíz del Rock se expandía, y es al Rock a quien se le debe la popularización de un ente cosechado en los campos de Memphis y vuelto universal por el corazón afroamericano. Peregrino tiene en su base artística un espíritu ancestral de la tierra norteamericana que expele con profundidad y acento folklórico, el vocal Jairus Mcdonald parece desprender de su canto a la liebre, al cactus y al zorro; brotan de su pecho ingentes rocas y desiertos que hacen escuchar un sonido salvaje en un Country de una ejecución depurada. La formación completa de Peregrino ilumina el escenario con José Grageda bajista y coro, por último Ian Vázquez al fondo en la batería tocando con una fuerza animal.

Una de las bandas mexicanas de Funk más potentes. Foto Julio Bravo.
Acumulando tonalidades cromáticas y compases, mi lente captura las posturas del chico-guitarra y del hombre-bajo. El calor se concentra entre los asistentes y no hay furor más estrepitoso del que sudar haciendo las cosas que amas.
Los pies de los espectadores en Buenavista y sus ánimas contagiándose de la fiesta parisina, las palmas, los gritos celebran sin cesar lo diverso. Así entra SÁTIROS un grupo nacional con fusiones del Funk, el Soul y características rítmicas del Jazz. Aquí, en ésta dimensión abierta del tiempo, la cuarta cuerda del bajo golpea con firmeza, el saxofón se pronuncia con ímpetu y la voz femenina nos cuenta historias de nuestro México. Ya no existe motivo para no pasarla bien, todos en una misma unidad nos volvemos cómplices y la misión de combinar una banda con otra borra las diferencias que pudieran afectar a la no tolerancia. Los músicos, hijos de la patria mexicana no se detienen, armonizan el territorio del Chopo y cumplen con la tarea de enriquecer los oídos. Con cuernos y la tiara de flores, Sátiros me remontan a la vieja escuela del Rock en México. La nostalgia ingresa a mis sentidos y pienso en Santa sabina, en la Castañeda y vuelvo a creer que nuestra juventud, siempre podrá recurrir a sus mentores y demostrar que todavía hay mucho que tocar. La fluidez de un grupo y otro no dejaba de acrecentar la sorpresa y el turno final, apenas y podía resistirse.   

Lise la nueva Diva del electro. Foto Julio Bravo.
Electro pop francés.

LISE, bajita y menuda, con la coleta negra de lado, instala teclados y demás aparatos. La sombra se hace más estrecha en el centro del templete y sólo vemos a la chica francesa conectar cables; ir y venir de un lado a otro, causando mayor revuelo sobre qué show será con el que la fiesta de la música decide cerrar.
          Minutos después Lise sorprende las miradas con un atuendo brilloso de lentejuelas doradas y tacones traslucidos. Atónito el gentío se deja transportar por una voz dulce y ruidos sampleados; sintetizador en mano y una artista que para muchos era desconocida y para algunos más sonaba como de antes, es decir, como si ella nunca hubiera dejado de sonar en nuestra mente. Pues su talento al cantar se nos transforma familiar. Hablo con esta peculiaridad, respaldado por todos los que nacimos y nos alimentamos de la época de los ochenta. En Lise es maravilloso advertir esos sonidos al estilo de un videojuego y virarnos de inmediato a la balada de la canción francesa. La polifonía es un juego de luz y el canto nos estremece, nos arrebata para seguir con gratitud una de las noches más largas del verano.