Tornasol... cuerpo desprendido. Mon Laferte, foto por Julio Bravo. |
La mona, la luna… la fuerte.
Por Julio Bravo.
Pocos son los deseos de la imaginación, ya sea porque ésta cuenta con arboledas de posibilidades, o bien, prendada del sueño fortificado todo lo puede. Ellos, deseos siempre dispuestos, intentan cada día la misma expedición, pareciera, efectivamente, siempre la misma, pero no lo es. Algunas veces estas selvas ignotas amedrentan a los deseos que empequeñecen y rompen en llanto, aunque repito siempre resisten. En otras ocasiones van armando divisiones que confunden a la madre imaginación, le montan su enorme deseo y bailan extasiados. Ataviada de oropel onírico, la madre imaginación sonríe, no aparenta ninguna mueca alegre, puesto que de las infinitas fachadas que una sola boca presenta, difícil se vuelve identificar la que mejor posa para la instantánea de estos deseos tan melindrosos. Entonces, toda esa fauna de colores y formas exige su alcarraza de lo posible; es cuando más trabaja el orfebre que cuelga del hombro de la Imaginación, ahí tiene su tallercito repleto de arcilla, madera y barro. Algunos deseos impertinentes le exigen que su alcarraza sea única; unos le piden bajos y altos relieves; otros sólo mencionan que les gusta lisa, sin detalles. La madre imaginación grita, estornuda y seca sus ojos que caen en un remolino de aguas, son trenzas de estambre por las que suben los deseos, entrando en los cantaros rotos de su visión, estos se complementan de negro y finalmente, apretados y con buena respiración, los deseos dejan de desear, por otra parte cumplen y proyectan el posible sueño para que madre imaginación lo haga realidad.
Loto en expansión. Foto por Julio Bravo. |
El deseo se hizo niña y casa fue Viña del Mar, allá en Chile las trece veces que Mon Laferte visito la imaginación, conservó para siempre la música en sus entrañas. Aquí la madre imaginación entra en el cuerpo del texto, que ya no es imaginativo. Pero a nosotros, los deseosos dedos que escriben, sabemos volver traviesa a Monserrat, la lunaniña de Valparaíso. Colgaban sus piernitas de la ventana del Castillo de Wulff en el momento que azotaban las olas en las piedras, ensanchados los ojos de Mon entendía los estruendos clásicos de Wagner, o bien, la larga patada de Pj Harvey. Debajo de tardes añiles Mon gustaba de torcer las manecillas del Reloj de flores, quizá recurría con ahincó al tempo de ese gigantesco pentagrama alterado festival.
Convertida sol, foto por Julio Bravo. |
Para más tarde México recibiría a Mon Laferte siendo ella misma, nunca más la chica envuelta en rojo, el negro de la imaginación penetra su deseo hecho mujer. Junto al señor Ceja graba su primer álbum independiente: “Desechable”. Rota alcarraza y vertida, las lenguas húmedas bifurcan salidas y entradas, es decir que hoy Monserrat resquebraja el esquema, nada se le impone… ese cáncer desaparece y tan sólo queda la verdadera figura moldeada por la edad. Ruda, tierna… convertida perra, buena o mala mujer, esta chica toxica multicolorea la llama de su propio fuego, mientras va durmiendo un sueño de soles.
Tornasol... luminosidad avatar en fuego. Foto por Julio Bravo. |
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