Representación de Cristo y libro de Frédéric Lenoir. Foto Julio Bravo. |
En ti, en mí y en todas las cosas
Julio Bravo
En un principio mi voz se había ceñido a alta mar; fuego volcánico brotaba con estoicismo para después convertirse en brea, para más tarde ser roca amorfa de afilados picos. Con vehemencia de eco alcancé bosques, montañas vibraron y de ríos y cascadas esta lengua mía fue auscultando la savia. Visité murallas construidas por manos de hombre; decodifiqué símbolos animales en la piedra; dormité junto a bestias legendarias que cuidaron mi sueño. De las divinas mujeres, estudié, a su lado, hombro con hombro los arcanos de la tierra.
El habla, emergente de mí, jamás disipó su ruido existencial; cruzó los dolores del mundo: heridas que son el éxtasis de la resurrección. No callé, y sí, a cambio, no pude dudar que en mi SER se cosecha una palabra pocas veces escuchada. Pocas veces su exorcismo liberó los corazones más maniatados por el pecado original.
Filósofo y escritor francés Fédéric Lenoir. Foto Julio Bravo. |
Alguna vez escuché, leí; quizá Jesucristo mismo descendió del madero en cruz y me habló en una parábola onírica: “No busques al Padre en el templo, ni si quiera a mí, su Hijo.”
Entendí que para encontrar al Creador bastaba con hallarlo debajo del granito; sentir su inmensidad y mirarlo en la fisonomía del árbol. El Señor: Padre-Hijo-Espíritu santo, está en permanente esencia en todo lugar y en cada una de las cosas creadas.
Acudí al recinto de profundos pasillos lacados con oro. El catolicismo en una iglesia de mi tierra de venado y serpiente. Acá, en la parroquia de la excelsa patrona de los tuberculosos, justo en la mitad, entre santos y vírgenes, Jesús rodeado de querubes; flagelación, sangre, penitencia entorno a las nubes de la cúpula me circundaban y pensé... Estuve ahí, en silencio, para recibir la Gloria, la protección con los labios rezando de manera taciturna; con ojos herméticos se elaboró una plegaria de armonía.
Dios, libro editado por editorial Kairós. Foto Julio Bravo. |
Comenzaré así. Esperando que la formula inicial desemboque en ésta rogativa; transformada en prosa y testimonio intrínseco. Respondo silente en mis entrañas, ¿no será caso, el rechazo, la tesis que aquí sospecho? Es decir, la mayoría de quienes aceptan ser ateos; prolongan su creencia en que DIOS no existe, pregonan también, que de manera histórica los personajes y relatos de la Biblia no cuentan con veracidad documentada y arqueológica.
Desde luego, tal decisión profunda; consciente o no, alberga en ella, una determinación iniciática; puede proceder de tantas formas invariables en cada uno de los individuos que atestiguan su ateísmo. Quizá la desazón de la existencia, el gigantesco repudio por el mutismo celestial, y esa carencia de encontrase fuera del reino de los cielos y no poder acceder a la realidad sagrada de un Dios sin presencia física e incomprensiblemente visible en todas las maravillas del Universo es, en última instancia, el factor que produce la negación de una divinidad única y creadora del todo.
Aquí, aparece entonces, lo que explica Frédéric Lenoir en su libro Dios; un estudio serio y desapasionado que le llevó tres décadas de investigación y análisis. Él, lo llama la inmanencia divina y así lo expresa: Dios o lo divino está presente en el interior de mí, en el interior de mi corazón, pero también en el interior del mundo. Más adelante el filósofo y escritor francés apunta que las religiones monoteístas, para no crear un conflicto mayor dentro de la concepción divina entre hombre-Dios-naturaleza, optan por mantener el equilibrio en dos latitudes hermanadas, entre trascendencia e inmanencia, aseverando: Dios es el “Por completo otro” al que se adora, al que se venera y al que se teme. Pero, al mismo tiempo, está presente en todas las cosas y se encuentra en nuestro corazón.
La fe, la religiosidad; acudamos a cuestionar con cierto resquemor por aquellos acólitos: representantes legales en quienes práctica y doctrina se fundamenta la institución eclesiástica. Son ellos, sin duda alguna, sus mayores detractores internos, es decir, como verdaderos fanáticos cosechan apatía e infortunio en los creyentes y, para muestra, el odio a todo aquel que no se santifique ante las sagradas escrituras (Biblia), odio a todo aquel que no acuda a la misa y otorgue el diezmo. La pedofilía; la justificación de guerras, de castigos a pecadores, de penalidades santas a no conversos en nombre de Dios como el tópico más común, son mayoritariamente, las grandes lesiones que han suscitado un estado de aversión del ser humano para con Dios, para con su potestad.
Esto y más son los tumores que han provocado en este nuevo siglo un extendido ateísmo radical. Es aquí, donde encontramos el atajo para profundizar en nuestra tesis, en la existencia real o ficticia de una deidad todo poderoso y creadora. Frédéric Lenoir cierra su prefacio con una apertura introspectiva para la reflexión en cada uno de los que hacemos la humanidad: Aunque el libro no tenga como objetivo defender o criticar la existencia de Dios, doy cuenta… mi personal sentimiento sobre esta cuestión que se me plantea también íntimamente, como a cada uno de nosotros.
Religión, espiritualidad, un ensayo que va más allá de la moral y fe. Foto Julio Bravo. |
En el libro Dios de Frédéric Lenoir, apenas nos va introduciendo al texto, el autor y especialista en religiones universales, arroja un dato interesante que aborda sin darle tanto relieve. Explica con síntesis impecable que durante la evolución de las religiones, cuando todavía se adoraba a varios dioses en distintas regiones del mundo y en Egipto, el faraón renombrado Akenatón establece su reinado entre el año 1353-1336 a. C: Durante este periodo cambia la religión del pueblo egipcio a un dios único; si deseamos abrir un paréntesis a reserva de escépticos, tenemos que durante el abandono del politeísmo en las costumbres y tradiciones egipcias… Akenatón formó una nueva escuela de misterios instruida en La ley de Uno; secta cultivada en su mayoría por mujeres que dedicaban su estudio a descifrar, aprender y versar en torno a la geometría sagrada como la verdad y sabiduría de todo lo existente en la tierra.
Mención de extremada cautela merece la constatación de dicha escuela esotérica conocida con el nombre de la escuela del Ojo derecho de Horus, puesto que, aún sin datos fidedignos; estudiosos y demás eruditos del tema como Drunvalo Melchizedek realiza una aserción interesante… dice que la escuela del ojo derecho de Horus preparó la llegado de Cristo y fue, de manera alguna, allanando el camino para la virgen María y José.
La conclusión a partir de éstas ideas que apenas hemos pintado con nuestra paleta lírica, permite crear un debate de proporciones más amplias e interesantes. Sin embargo, aquí, en este espacio de fugacidad, tendremos que dejar a la brevedad su logro de solidez.
No pretendemos respaldar en favor de ninguna creencia, cierta o falsa, una postura definitiva. Intentamos dejar a juicio propio cualquier atisbo de religiosidad, ateísmo en cada humano. Lo que es indispensable desmenuzar aquí es, si realmente vale para uno o para otro, la espiritualidad, es decir, algunos peregrinos necesitaran acudir a la comunidad de una iglesia para fortalecer su fe en Dios. Los solitarios sólo precisan de ir a su interior y desgajar en ellos la creencia espiritual.